XV Feria Internacional del Libro * Pabellón Centroamericano
¿Que nos ha dejado la XV Feria Internacional del Libro?
Acaba de finalizar la XV Feria Internacional del Libro en Centroamérica que durante diez días y en el marco del Bicentenario del Primer Grito de Independencia ha traído a la capital un buen número de actividades lúdicas y culturales, talleres literarios, presentaciones, ponencias, conferencias, cuentacuentos, obras de teatro, danzas y música. Actividades todas ellas y siempre bienvenidas pero especialmente cuando se reúnen en torno a la lectura, para acompañarla, para homenajearla, para celebrar ese mágico momento del encuentro de un libro con su lector.
El CIFCO ha sido un estupendo anfitrión para tan distinguido evento. Le ha proporcionado con generosidad su amplio espacio, su buena ventilación y alegre luz. La organización no descuidó importantes detalles como la asistencia a niños con juegos, actividades educativas y divertidos pasatiempos, la dedicación de un amplio espacio también para el reposo y la comida e incluso la degustación de un delicioso café gratuito ofrecido por el Invitado de Honor, Colombia. También se han cometido errores. Este indiscreto asistente que abajo firma escuchó quejas sobre la falta de promoción del evento, de los altos costes que apenas pudo cubrir con sus ventas alguno de los expositores y que, al final, fuera principalmente el boca a boca el que con el paso de los días consiguiera elevar el número de visitantes a la altura de las expectativas.
Pero todo esto no son sino opiniones, ricas y variadas como deben serlo para que no quede sin expresar nada de lo que cabe entre esos dos extremos de una actitud cívica sana: la crítica y la complacencia. Ahora bien, de lo que no cabe duda es que la XV Feria del Libro ha puesto en primer plano uno de las facetas más luminosas y esperanzadoras de la sociedad salvadoreña: su unidad en torno a algo tan informal y etéreo que aun no hemos dado con palabra menos ambigua para designarlo que cultura. De todos es sabido que en nuestras ciudades ya no abundan los espacios de encuentro y aunque uno pueda pasar unas horas distendidas en alguno de los cada vez más abundantes centros comerciales, pocos serán los que ante la avalancha de agresivos estímulos comerciales no hayan sufrido el duro castigo de discernir entre a qué sucumbir y a qué resistir. En este sentido la XV Feria del Libro no ha sido menos seductora ni rica en sus propuestas. De hecho, no creo haber sido el único en experimentar una mezcla de extrañeza y satisfacción tras haber pasado unos minutos curioseando en el elaborado expositor de las Fuerzas Armadas, con su exhibición de tecnología y de soldados fuertemente equipados, para a continuación, cuatro pasos más adelante, reanudar la plática con un piadoso y absolutamente pacifista devoto de Krishna. No sé si fue por casualidad que las embajadas de EUA y Venezuela estuvieran pared con pared, pero el caso es que uno podía pasar de ambientes y conversaciones cubanas a israelitas sin apenas darse cuenta, o de las corbatas de los expertos académicos del mercadeo a los jeans de los activistas, ecologistas y posmodernos de la new age. Sin duda las reflexiones y conmemoraciones históricas ocuparon un lugar de lo más destacado (gracias al enorme esfuerzo realizado por la Academia Salvadoreña de la Historia mediante numerosas charlas, exposición de banners, videos, fotografías así como la diligencia, amabilidad e ininterrumpida presencia de sus delegados) pero no faltaron tampoco expertas opiniones sobre los traumas más recientes del pasado ni inteligentes reflexiones sobre las derivas actuales en lo social, lo económico y lo político del país y del mundo global.
En la XV Feria del Libro se ha hablado de todo, desde todas las perspectivas y para todo tipo de públicos. Asociaciones de lectores, estudiantes de todas las ramas, hombres de negocios, escritores en busca de oportunidades, editores en busca de talentos, curiosos, diplomáticos, turistas y despistados (que a partir de ahora ya no lo serán tanto) se han reunido en torno al libro, zambulléndose en la atmosfera limpia del papel e intensa de sus letras. No hay estereotipo que pueda restarle transcendencia a la imagen de tropeles de niños y adolescentes acompañados un día por sus maestros de escuela y al siguiente guiando ellos a sus padres, hermanos y abuelos por ese camino ascendente hacia la ciencia, la sabiduría y el arte.
La XV Feria Internacional del Libro en Centroamérica ha pasado por El Salvador en un momento de gran carga emocional para el país. Los beneficios de la celebración de estos doscientos años de lucha por la emancipación y la libertad no deben ser desaprovechados, ni dejar pasar el gran poder simbólico y fáctico de sus logros más evidentes. El libro, ese viejo artefacto que fue puesto en las manos del ser humano hace milenios y que manejamos casi con la misma facilidad con la que nos llevamos el alimento a la boca, ha vuelto a demostrar que no ha perdido nada de ese mágico poder para el que fue creado: el de unir, estimular y reconciliar al género humano. Apostar por él, dotarlo de espacios amplios y visibles y honrarlo con los recursos materiales disponibles es uno de los actos que más satisfacción puede dar a los agentes sociales que en nuestros días están buscando con sinceridad maneras sencillas y efectivas de armonizar e impulsar la sociedad hacia un futuro mejor.